Temporada de verano, en la Costa Brava.
Una gran ola cubre parte de la playa y se lleva a un niño que estaba jugando en la orilla con su palita.
Su padre Josep, corre desesperado, mira al cielo y se dirige directamente a Dios:
- Dios mío, soy yo, el Josep, no pots hacerme esto a mí, no pots llevarte al nen, yo siempre he sido un buen catalán, buen cristiano, cumplo lo que dice la religión al pie de la letra, no pots hacerme ésto a mi, voy a misa, a Montserrat, colaboro con la comunitat, por favor, devuélveme a mi hijo, tráelo de nuevo junto a mi.
En ese momento, un rayo rompe el cielo, un estruendo silencia a los veraneantes, sin duda es la señal de Dios para Josep.
Una nueva ola llega desde el mar y devuelve al niño a la orilla.
Josep es testigo del milagro, su amado hijo ha vuelto.
Entonces, con lágrimas en los ojos, vuelve a mirar al cielo, respira profundamente y le dice al Supremo:
- Señor... ¿y la palita?