Un día nuestra cortadora de césped se estropeó.
Mi mujer me llenaba la paciencia dándome a entender que yo debería arreglarla.
Por mi parte, siempre acababa teniendo otras cosas mas importantes que hacer tipo: lavar el coche, hacer un informe, en fin..., lo que para mi parecía más importante.
Un día ella pensó un modo de convencerme, muy sutil.
Cuando llegué a casa, me la encontré agachada en el césped, ocupadísima recortándolo con su tijerita de costura.
Eso me llegó al alma, me emocioné.
Decidí entrar en casa, y volví después de unos minutos, llevándole su cepillo de dientes.
Se lo entregué, y se me ocurrió decirle:
"Cuando termines con el césped, podrías también barrer el patio".
Después de aquello, no me acuerdo de nada. Estoy en blanco. Los médicos dicen que volveré a andar, pero que cojearé el resto de mi vida!